DE MUDANZAS Y MATRIMONIOS
- cpftherapist
- 7 jun 2021
- 3 Min. de lectura
Zoraida se lamentaba en su sesión de que tenía que dejar el depósito alquilado a fin de mes y no sentía que pudiera hacerlo… no había podido dejar en la casa que ella y su esposo decidieron vender, ese biombo que compró con tanta ilusión y que le costó tan caro. No había sitio en la nueva casa para él. La moderna decoración tampoco pegaba con el biombo oriental, y aún sabiendo esto, no podía deshacerse de éste.
Discusiones interminables con el esposo, quien no entendía por qué pagar mensualmente por un depósito que albergaba cosas que nunca volverían a usar, la tenían triste y desalentada. El esposo cansado, le dio un ultimátum: a fin de mes tendría que deshacerse de todo, porque ya no seguiría pagando.
Zoraida no entendía como su esposo y ella llevaban dos semanas sin hablarse a causa del biombo. No entendía por qué no podía separarse de éste aún sabiendo que nunca más lo usaría, así y todo, no podía venderlo, regalarlo, ni sacarlo de su vida.
No siempre nos percatamos de lo que implica una mudanza aunque sea una mudanza deseada.
Mudar significa cambio, y todos los cambios nos mueven el piso. No es casualidad que los matrimonios vivan las mudanzas con tensión y desacuerdos.
Cambio implica mover los cimientos con todo lo que ello significa. Estamos moviendo nuestra base y ello por lo general, remueve muchos sentimientos en nosotros.
Cuando de un matrimonio se trata, generalmente uno de los dos está más involucrado en el cambio que el otro. El mundo interno experimenta movimientos y estos nos revuelven estados mentales, aspectos que olvidamos o que decidimos dejar en el sótano, y, como con aguas revueltas, lo que está abajo sube a la superficie y tenemos que lidiar con ello.
Es en épocas de mudanzas, o de arreglos importantes en nuestro hogar, en que las parejas empiezan a pelear, y, no pocas veces, vienen amenazas de divorcio.
La casa, representante de nuestro continente, está llena de vivencias, de recuerdos, de nuestra historia. Si nos mudamos, hemos de escoger qué nos llevamos al nuevo hogar, de qué nos deshacemos, y este puede ser un proceso doloroso. La casa nos representa. Es un cambio importante, y la mudanza obliga una revisión profunda que no siempre estamos dispuestos a hacer. Hay gente que no entiende por qué llora cuando se muda a una casa mejor o más bonita. Y es que una mudanza implica también un duelo porque la mudanza implica una nueva etapa, un nuevo comienzo, y hay que decirle adiós a lo que dejamos atrás.
Así como hay personas que no compran muebles que pertenecieron a otros –aunque sean antigüedades muy valiosas- porque están convencidas de que el alma y las vibraciones (buenas y malas) de los dueños anteriores siguen viviendo en sus pertenencias; hay otras personas que tienen depositadas en las cosas las historias de sus vivencias –buenas y malas-, y al verse obligadas a dejarlas, cambiarles de color, o de tapiz, es, en algunos casos, como tener que desprenderse de ellas; en otros, tener que enfrentar sentimientos y recuerdos que no quisieran y que la mudanza o el cambio los obliga, y que, la pareja, al empeñarse en hacer cambios, los obliga a hacerles frente.
Una mudanza puede ser una prueba muy dura de pasar incluso en un matrimonio sólido, sino tenemos claro que al mudar “nuestros corotos” estamos mudando mucho más que objetos, estamos reformulando nuestra vida en pareja, o en familia, estamos trayendo cambios para todos. Mudarnos, aunque sea algo muy bueno y deseado, nos hace tomar contacto con incertidumbre, con vulnerabilidad, con finitud.
Clara P Fleischer.





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