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NAVIDAD

  • cpftherapist
  • 7 jun 2021
  • 2 Min. de lectura

Se respira un algo diferente, y es que llegó Diciembre. Nos descubrimos sonriendo más, teniendo más tolerancia, siendo más amables que de costumbre. Hay un optimismo que se siente en el aire.

El ambiente decembrino tiene algo de magia que nos contagia a todos por igual, sin importar la religión que profesemos, o incluso si no profesamos ninguna. El espíritu de la navidad se mete dentro nuestro y nos llena de fiesta y de esperanza.

Dejando de lado el aspecto religioso, la navidad es la celebración de la familia. Se celebra el nacimiento del niño, y es desde aquí que irradia ese calor especial que sentimos en el mes más frío del año.

Celebramos la vida, que siempre viene acompañada de esperanza, de promesas de futuro, de continuidad, de renovación y de calor humano.

Las imágenes parentales internas que nos acompañan en nuestro recorrido por la vida, resuenan frente al acontecer de una nueva vida que se inicia, o, en éste caso, de la celebración que recuerda el nacimiento de todo niño. Es por ello que a muchos de nosotros el ambiente decembrino nos pone alegres y de buen humor.

Sin embargo, esto no nos ocurre a todos… si estamos entre aquellos que arrastran heridas del alma a cuestas, debido a figuras parentales internalizadas conflictivas, rotas o abandonantes, ver en otros lo que sentimos que no podemos tener, nos llena de tristeza, desesperanza y mal humor. Es por eso que muchas personas se deprimen en esta época, así como en otras tales como “El Día de Acción de Gracias”, que implican la reunión y la celebración de la familia.

Scrooge, el famoso personaje del cuento de navidad de Charles Dickens es la personificación de este grupo.

A pesar de los percibamos como que son ellos los que se aíslan, los Scrooge del mundo, se sienten aislados del resto de la humanidad. Muchos de ellos sienten que no tienen lo que los demás. Cuando Dickens describe la repugnancia por los pobres que siente su personaje, entendemos que es una proyección en el exterior (y en las carencias materiales), de su propio interior empobrecido. El es rico, pero es tan pobre. Está tan solo.

Dickens describe con poética destreza su personaje: “el frío de su interior le helaba las viejas facciones…”. Solamente cuando logramos reparar nuestras heridas internas, podemos reconectarnos con nosotros mismos, con lo calientito que deshiela el interior. Esto nos permite sentirnos vivos, vivir la vida, ser uno más del grupo, pertenecer, y así volver a tener esperanza.



Clara P Fleischer

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