S.O.S: EVITANDO NAUFRAGAR EN LA ADOLESCENCIA DE MI HIJO
- cpftherapist
- 8 jun 2021
- 3 Min. de lectura
La adolescencia es una época de torbellino y tormentas. El cuerpo del adolescente le toma la delantera a su alma. De la noche a la mañana se encuentra habitando un cuerpo de adulto y se siente extraño en él. Es un cuerpo que derrocha sexualidad por sus poros. El adolescente es como el patito feo del cuento que se convierte en un cisne hermoso. Sin embargo, a su alma le tomará aún un tiempo habitar ese cuerpo nuevo y sentirse cómodo en él.
El adolescente es por lo general bello. Su cuerpo joven, es como una flor en todo su esplendor. Irónicamente, muy pocos se sienten bien en este cuerpo hermoso. A muchos les puede incluso asustar. Esta es una de las razones por las cuales la adolescente se engorda al desarrollarse.
El adolescente por lo general se siente confundido. Atrapado en un cuerpo que no maneja, es un compendio de muchas piezas que aún no encuentran armonía. Está atravezando el duro proceso de convertirse en adulto, de despedirse de la infancia y la seguridad que ser niño le proporcionaba, está tratando de encontrar una identidad definitiva.
El adolescente, al desprenderse de su infancia con la seguridad que su cuerpo infantil y sus padres le daban, necesita soltar la mano de sus padres y pararse en sus dos pies. Pero su equilibrio es aún precario y se tambalea. Su inseguridad es grande. Es por ello que, al soltar la mano de sus progenitores, necesita asirse de la de sus amigos.
Para soltar el refugio que han representado sus padres, nos cuestiona, nos baja del pedestal en el que nos había colocado. Reta las reglas y todo lo establecido.
El adolescente sufre tremendamente en este proceso, y en su caminar, hace la vida de nosotros, sus padres, difícil y dura. De pronto no sabemos cómo hablarle, pues tememos la respuesta con que nos va a salir. Sus palabras con frecuencia nos hieren. Otras veces dice cosas que nos dejan admirados, parece un adulto, se interesa por salvar al mundo, y de pronto nos sale con algo que ni un niño de cuatro años diría. O hace una pataleta. Lo que ayer lo hizo reír, hoy lo pone furioso. No sabemos a dónde se fue ese niñito amoroso que nos miraba con ojos de admiración.
En lo que parece un abrir y cerrar de ojos, nuestro hijo, antes por lo general alegre, siempre parece estar de mal humor. Encerrado en su cuarto, con la música a todo volúmen, chateando sin cesar y con el celular pegado a la oreja. Nos reta, nos desafía, nos cuestiona. Se ha vuelto rebelde. Basta que sepa que nos sentimos orgullosos de sus notas, para que las baje, o que abandone un hobby que ha estado cultivando desde niño.
Por otro lado, es un idealista. Son los jóvenes los que tienen el deseo y la fuerza para cambiar el mundo. Su juventud nos recuerda un tiempo que para nosotros ha pasado y no va a volver. Generalmente los padres de un adolescente estamos en la edad media de la vida, lo que lo hace aún más difícil. Tenemos la sabiduría pero la experiencia ya no nos pertenece, es él quién tiene que hacer su camino. No es una segunda oportunidad para nosotros, y esto a veces, nos resulta difícil de aceptar.
Aunque a veces nos parezca que no, la base que le dimos en todos estos años, sigue estando allí dentro de él. Es hora de confiar en años de trabajo como padres. Necesitamos renegociar los límites. Ellos nos probarán una y otra vez. Necesitan saber que seguimos allí con ellos; que si tratan de lanzarse al vacío, estaremos allí para impedirlo.
A la vez, necesitamos darles confianza en que sabrán discernir y tener el juicio suficiente para no dejarse llevar por la presión de grupo. De discernir que experimentar no implica hacerse daño. Que autodescubrirse no es herirse. Que sentir incertidumbre no significa estar perdido.
Cada uno conocemos a nuestro hijo y sabemos hasta dónde ir soltando o no la cuerda.
Este tiempo tempestuoso suele pasar así como llegó. Poco a poco el tiempo convulsionado empieza a menguar, y llega el día en que ese hijo vuelve a sentarse a conversar con nosotros, deja de rebelarse de todo y contra todo, ha vuelto a sonreír y mostrarse congruente y simpático. Ha ganado su propia batalla: se ha encontrado. Se empieza a sentir cómodo en su propia piel. Ha superado la adolescencia.
Clara P Fleischer.

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