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VOLVIENDO A EMPEZAR

  • cpftherapist
  • 8 jun 2021
  • 3 Min. de lectura

“Esto duele demasiado carajo!”” -decía Juan- tratando de contener las lágrimas de tristeza e impotencia.

Acostado en el diván de mi consultorio, batallando para no desmoronarse, ya que siendo padre, siente que es su deber mantener la moral de la familia. Duda, y se culpa del sufrimiento que su decisión está causando a los suyos.

Hace año y medio que se vinieron de Venezuela, escapando al terror de la inseguridad y la falta de ley, hacia la ciudad de Mickey Mouse. Mundo de ensueño al que sus hijos le rogaban volver año tras año para vacacionar. Playas interminables, gente sonriente, calles anchas sin las colas de Caracas. Padres que relajados, se transformaban y dejaban ser a sus hijos sin constantemente hacerlos reportarse por temor a recibir una mala noticia en la que una bala perdida apagara sus jóvenes vidas.

Dónde está ese Miami? El día a día resulta tan distinto. Es tan abrumador. Los rollos con la visa, las horas de trabajo interminables, la falta de comodidades a las que están acostumbrados. La falta de abuelos y los amigos de toda la vida. Se acabó el colegio privado, los niños parece que nunca logran nivelarse con su clase. En casa andan pegados al Skype para mantenerse en comunicación con sus amigos de Caracas.

Juan y su esposa no paran de pelearse. La mínima cosa es motivo de una gran discusión.

Miguel, el hijo adolescente, siempre parece molesto. Se la pasa entre encerrado en su cuarto y desaparecido de la casa. Marianita, siempre tan dulce en ataño, está siempre triste, llora por todo y no deja de repetir que se quiere regresar.

“Habré hecho un error al venir y traerme a la familia”? Se pregunta entre desalentado y culpable.

Y es que migrar no es lo mismo que visitar. Cuando migramos tenemos que desprendernos de lo nuestro. Lo familiar, el entorno, el cafecito, el modo de hablar y de pensar, lo cotidiano y lo conocido, para entrar en un mundo diferente donde todo es nuevo y nos es extraño.

Nos sentimos excluídos. Es una manera de mirar el mundo que no conocemos, tiene reglas diferentes, otra cultura, otros valores. Todo nos hace sentir que no pertenecemos. Es difícil pero no por ello tiene que ser malo. Si nos permitimos hacer el duelo y no negarlo, vamos a poder estar más abiertos a lo nuevo y a acogerlo sin sentir que tenemos que escoger.

Poder aceptar nuestra tristeza, sin por ello dejar de mantener una actitud optimista que nos permita recordar por qué vinimos, nos va a ayudar. Poder reirnos de nuestros errores que seguramente cometeremos en las novatadas, poder hacer sitio a lo que sienten todos los miembros de la familia, nos va a permitir entrar en un proceso de adaptación y darnos tiempo. No siempre todo va a ser tan difícil. Lo nuevo hoy va a ser conocido mañana.

Darnos tiempo nos va a permitir conocer las nuevas reglas del juego, de la convivencia, y poder poco a poco empezar a pertenecer a esta tierra que hoy es extraña pero mañana no lo será tanto.

Si los padres podemos hacer el duelo, respetarnos y apoyarnos, nuestros hijos van a estar mejor y se adaptarán más rápidamente. Si podemos evitar los extremos, tanto el negar la tristeza por lo que dejamos, como negarnos a dejar de ver atrás, cada día nos iremos sintiendo un poco más que somos parte, volveremos a generar pertenecia, y recordar lo que nos hizo venir acá. Poder estar agradecidos de tener esta nueva oportunidad de volver a empezar, más viejos, con menos fuerzas e ímpetu, pero más sabios y con más experiencia.



Clara P Fleischer.

 
 
 

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